jueves, 13 de septiembre de 2012

La Pequeña vendedora de cerillas ( ME LO CONTARON EN JAPON)

ME LO CONTARON EN JAPON - La Pequeña vendedora de cerillas( la niña de los fosforos) Era invierno y hacía mucho frío. ¡Era la noche de Navidad! Una niña helada de frío y descalza andaba por las calles de la ciudad, vendiendo cerillas. Ya era muy tarde, pero ella no tenía prisa, porque en su casa no la esperaba nadie, a veces incluso el frío de dentro era más intenso que el de fuera. Su padre la castigaba cada vez que no vendía algo e incluso, en alguna ocasión, le había llegado a pegar. Pasando por las calles, dejaba detrás casas cuyas ventanas estaban llenas de luz, incluso se veían las siluetas de los árboles de Navidad que lucían en todo su esplendor y el olor a comida recién preparada y caliente le incitaba el instinto. La noche se metía más adentro de la ciudad y el frío mucho más adentro de su cuerpo, como un lobo peregrino buscando su hogar. Entonces, la niña decidió prender fuego con unas cerillas que tenía ya que en este día no vendió nada. Las saco del bolsillo con las manos temblando de frío y nada mas encenderla vio delante suyo un majestuoso y enorme árbol de Navidad cargado de dulces y golosinas. Se frotó los ojos con la otra mano pensando “¡esto tiene que ser un sueño!”, pero después le apareció una mesa con un montón de comida delante. Estaba alucinada y extendió la mano para coger un trozo de pan. Pero las manos no le hacían caso, ¡estaban heladas!, los pies no le respondían y un inmenso peso cayó sobre sus ojos. Los cerró lentamente y en aquel momento vio a su abuela, que mientras vivía, la protegió de la crueldad de este mundo y de la de su padre. Ahora ella estaba muy cerca y le daba la mano. ¡Que Alegría! El frío ya no lo sentía, ni el hambre. Todo era una inmensa tranquilidad y felicidad... Al día siguiente todo el pueblo hablaba de la pequeña vendedora de cerillas, que encontraron sin vida al final de una calle. Estaba acurrucada en el suelo. Su cuerpo estaba blanco de la nieve caída durante la noche. Pero su sonrisa no se la pudo quitar ni el frío, ni la muerte.

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